Ahora me dedico a trabajar. Nada menos que a mis 39 años (los últimos 15 cotizando a la Seguridad Social) puedo decir al fin que sí, papá y mamá, que no vivo ya como vivía despreocupado e irresponsable, sin dar un palo al agua, siendo un tiro al aire, una constante preocupación para mis seres queridos, un paria. Lo más importante ya no son Iago ni Otelo, ni este o aquel verso de Juan Ramón ni Schubert ni Dreyer, ni encontrar la risa y los labios de Manolita, ni la Verdad, eso son ahora entretenimientos de lujo, adiós, donaires, lo importante ahora es “hacer las cosas bien”, “luchar por una posición”, etc... Además me he mudado y ya no vivo en esa cueva casi medieval, llena de libros, donde vivía, ahora resido en un moderno piso con todas las comodidades, calentito con mi novia. En definitiva me he convertido en uno de tantos de esos tipos atareados, monógamos y ojerosos.
Llevo el cambio con estoicismo, satisfecho de cómo va mi proceso general de aburguesamiento, hasta el punto de creer, no sin cierta presunción, estar convirtiéndome en un excelente burgués (el buen burgués es ese tipo que se arregla y se atocina, estrictamente idiota, que nos envuelve). Más que cualquier otro aspecto de mi transformación, me obsesiona mi talante en la oficina, quién te ha visto y quién te ve, parecen reprocharme sonrientes mis antiguos camaradas cuando paso. Porque esto de que ahora me tome el trabajo tan en serio me confunde aun a mi mismo, sobre todo por mantener esta especie de apariencia de identidad que mantengo, de tener un mismo nombre y dni, y cierta memoria que colea. El yo que yo era no hace tanto tiempo tranquilamente se hubiera suicidado, sin lástima ni aspavientos, como muerto de muerte natural, de haberse visto en este yo que es ahora. No es tristeza, ni siquiera nostalgia. No hay más drama en esto que asomarse al siguiente abismo: ¿Quién es uno? ¿Quienes somos?
Quiero desmenuzar en qué consiste mi regeneración en el trabajo. Los elementos que componen la transformación:
- Ropa: Ya no voy zarrapastroso como iba antes. No me pongo
esas camisetas rotas de renegado sino mi camisa limpia y bien
planchada, respetable, mis pantalones de pinzas, mis zapatos, mi
jerseycito si refresca...
- Comportamiento: Finjo continuamente, hago que escucho a todos
y a todas por igual, aparento ser respetuoso con las opiniones y
conciliador entre quienes se pelean. Dejo hablar a los jefes sin que
se note que soy más listo que ellos. Todo de lo que hablo redunda
en mi preocupación e implicación en la empresa. Hago un uso
estratégico de mi sentido del humor, que no dejo salir libremente
como antes hacía. No me creo enemigos, aunque a muchos y a muchas
quisiera agredirlas, físicamente. No voy por ahí apelando a un
ideal de justicia que defender, me cansé de eso (acatar a mis
padres me ha supuesto abjurar del ideal quijotesco de mi abuelo).
Así que tomo las cosas como vienen, injustas y a menudo horribles,
me adapto a ellas tal cual son y hasta intento sacarles jugo, sin
combatir el mal que yo considere que pueda haber en ellas o en las
personas que las trajinan. Cada noche me avergüenzo de haber
abandonado, por salvarme en la manada, el temple heroico, pero
bueno, lo de ojeroso que decía antes no es casual. No duermo bien,
mucha gente en mi posición no duerme bien y no me extraña: incluso
en tiempos tan ligeros como los que vivimos se le llena a uno la
conciencia de mierda con esta vida. A veces me consuelo pensando que
si fuera más poderoso podría, estaría en posición de luchar
contra tanta inmundicia, fantaseo con que más tarde habrá tiempo
de intervenir... pero en seguida caigo en que hasta hace un año era
un paria mucho mayor que ahora y sin embargo había sido siempre el
azote de tanto tiranuelo y tiranuela y malvado que me encontraba,
que había desafiado y me había pitorreado abiertamente de mis
jefes y de sus tonterías. Me divertía ese juego suicida. Ya no.
- Intereses: Ya no hablo en la oficina de prácticamente nada
que no tenga que ver con el trabajo. No comento películas, no cito
poesías para reforzar los argumentos, no relato mis fines de semana
ni me invento batallitas del pasado, ni viajes imaginarios, ni
halago ni hago gracias... quizá haya dejado estas prácticas porque
no intento seducir a ninguna compañera. Me he convertido en un
profesional diligente y serio, en un coñazo de tio.
- No ayudo como antes a mis compañeros. Ayudar a los
compañeros es síntoma, para la comunidad laboral, de ociosidad. Si
se echa una mano es porque se tiene tiempo porque se está ocioso.
Así que finjo estar siempre muy ocupado y con mucho estrés. A
menudo en determinadas situaciones finjo un agobio que no siento.
- He dejado de intentar llamar la atención. Antes incluso, con
tal de que se hablara de mi, estaba dispuesto a ensalzar mis
errores, mis fallas, públicamente. Conseguí así que todos se
centraran en mi para celebrar mis despistes, mi inocuo carácter.
Sigo siendo igual de vanidoso, pero más inteligente, o eso creo.
Así que desvío mis errores hacia otros, o hacia incidencias
informáticas. Poco a poco voy despojando la memoria de mis antiguos
compañeros del recuerdo de aquel gilipollas que fui. La vida no es
una feria, y es mejor si uno pasa desapercibido la mayor parte del
tiempo.
- No me dejo llevar
- He roto mis últimos vínculos sentimentales con compañeros
o compañeras.
No sé cuánto duraré así, en este nuevo juego. Puede ser hasta que me harte un día o hasta la jubilación, o el cáncer. Nadie sabe lo que lleva en las venas hasta que todo está consumado, dicen. El caso es que me divierten más mis nuevas tareas, mis responsabilidades. Me mantienen entretenido.
El caso es que pongo la calefacción en casa y estoy calentito, y que me gusta hacer la cena a mi chica cuando viene tarde. El caso es que leo otras cosas ahora, escribo menos, salgo a correr igual y sigo fumando y mantengo el mismo nombre y apellidos que hace un año.
Muy bien escrito. Me encantó y me gustan en especial los puntos 2 y 4 y el último párrafo.
ResponderEliminarHe llevado muchos años de oficina en La Haya y aunque era una oficina en que podía ser mi mismo había muchas ocasiones en que tenía que adaptarme. Me sentía encerrado, aunque con libertad, y a veces anhelaba a ser libre de verdad. Sin embargo, esa oficina fue creada por mi mismo y yo era mi propio jefe.
Saludos desde Holanda