jueves, 18 de agosto de 2011

Un tipo formal

Tengo otro compañero aquí con el que siempre me he llevado bien. Este no es realmente compañero compañero como el de ayer sino jefe, jefecillo, responsable de departamento. Siempre he tenido con él un buen trato. Alguna vez en estos siete años incluso hemos llegado a sostener alguna que otra conversación privada.
Pues bien, esta mañana al llegar aquí he ido a por mi botella de agua a la cocina y me la he encontrado en el congelador, hecha un compacto bloque de hielo. No sé quién la dejaría ahí metida ayer, probablemente fuera yo y no me acuerde. El caso es que como tenía sed he ido con cincuenta céntimos en la mano donde está la máquina de las Coca colas y de los Aquarius, que también tiene botellas de agua mineral. Junto a esta máquina se encuentra la inevitable máquina de café de todas las oficinas, ahí de pie estaba este compañero o jefecillo mio con otro jefecillo recién incorporado a la empresa; hablaban del trabajo, a mi me parece que fingiendo preocupación, mientras removían el palito de plástico dentro del vasito de plástico. Cuando he echado los 50 céntimos la máquina no me los cogía. Lo he intentado varias veces recurriendo al viejo truco juvenil de frotar la moneda contra algo rugoso, en este caso la pared, pero nada. Entonces le he pedido a mi compañero, al veterano, que me cambiara esa moneda por otra, un favor que ha ejecutado con una portentosa economía de lenguaje. Cuando he echado la nueva moneda la máquina seguía sin aceptarla. La indigesta moneda caía repetidamente, íntegra, y yo estaba a punto de pasar e irme y beber del grifo. Los dos me miraban quietos con el café de máquina en la mano, atónitos, como si nunca hubieran asistido a un espectáculo así.
En uno de esos intentos infructuosos mi compañero ha reaccionado impaciente y recogido la moneda sin mediar palabra, con admirable resolución y mudo el gesto, severo, y la ha frotado bien frotada contra el borde de la máquina. La ha metido en la ranura y voilá: la máquina, rendida, ha aceptado los 50 céntimos. Entonces él (momento grave) se ha dado la vuelta, magnífico, en absoluto silencio, y sin mirarme siquiera ha vuelto a quedarse quieto. Yo he cogido la botellita de agua del fondo de la máquina y se la he mostrado con gratitud, como un trofeo. El parecía un indio apache.

Es difícil dilucidar dónde acaban los hechos y empiezan las interpretaciones... quiero decir en qué medida este comportamiento sea resultado más de mis horas de sueño que de las suyas...

Saludos.

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