viernes, 26 de agosto de 2011

La evasión, Becker

En los diez minutos inmediatamente posteriores a su final, La evasión de Jacques Becker se ha convertido en una de mis películas favoritas. La vi anoche. Va de cuatro presos que comparten celda a quienes llevan a un nuevo recluso, algo distinto de ellos, un joven más educado, más tímido, puede que menos hombre que los otros cuatro, en el mal y en el buen sentido de la expresión. Los cuatro estaban perpetrando una fuga y dudan si fiarse del nuevo y contarle el plan o no. Llegado el momento de ponerse manos a la obra se ponen, y de qué manera. La película transmite una fisicidad difícil de explicar. Creo que nunca he visto una película igual, en la que uno note y sienta como una barrera interior el mundo físico en el que la película se desenvuelve. Cuando empiezan a romper el suelo a golpetazos por ejemplo, en una escena larguísima, dan ganas de tomarles el relevo y ponerse a picar también con ellos, ayudarles a salir de una vez. De alguna manera se nota la dureza del cemento al golpear, el metal del barrote que hay que cortar, el sudor pegado al cuerpo, los polvorientos escombros, la oscuridad de los túneles, la tensión continua en ese mundo mazmórreo. No es un por un capricho ni por una vana apreciación intelectual que esto me interese, es que este mundo físico tan palpable en el que se mueve la película hace como en ninguna otra que yo haya visto que entres en ella, meterte en esa celda con esos hombres y desear con ellos salir de una vez.
El mensaje ético que transmite (compañerismo, lealtad, esfuerzo, lucha por la libertad, por la vida) es tan evidente, tan cristalino, que no encuentro mucho que agregar. Me ha gustado la economía empleada para describir a cada uno, y es que con muy poco texo, apenas unas miradas, ya sabemos de qué pie cojea cada cual, cuál es su carácter. Los vínculos que crean quizá estén condicionados porque se necesitan mutuamente para salir, aunque claro puede que no.
Me interesa más que nada que nuestra adhesión y cariño a los personajes venga sobre todo de las condiciones en las que nos encontramos una vez entramos en la película, que nuestros sentimientos vayan a remolque, creo, de esa necesidad claustrofóbica de salir que experimentamos viéndola. Nos da igual lo que hayan hecho los tipos, uno puede ser asesino en serie y el otro pederasta o un maltratador, lo peor, que ni lo sabemos ni nos importa. Queremos que se fuguen para lograr con ellos la enorme proeza de salir de allí.
En fuga de Alcatraz, en la Gran evasión, todo aparece ya limpio en pantalla, sin esfuerzo apenas. Algo nos dice que en esas películas mienten, que la albañilería de un túnel es algo digno de tener en cuenta si la película va de cavar el túnel. Becker rueda el proceso con una minuciosidad y una belleza que hacen de la experiencia de la película algo verdadero, al fin.
Es una película prodigiosa. Maravillosa. Titánica.

Saludos.

(también es hacer tiempo en la última media hora de trabajo de hoy)

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