domingo, 15 de agosto de 2010

Función sin hijos

Puesto a sincerarme, asumo que mis continuos fracasos en el terreno amoroso no me preocupan en absoluto. Quiero decir con esto que por mi que el juego continúe, que yo estoy más que listo a seguir jugando, probando, derrochando amores. Ya ni siquiera tengo muy claro que busque encontrar a esa mujer de mi vida (¿habrá pasado ya? ¿habrá sido Jimena?) que conozco una vez al mes. Pienso algunos días como hoy que esa búsqueda, romántica sin duda, de la princesa de mis sueños, puede no ser sino un efectivo método utilizado por este picaflor impenitente como arma de conquista. Yo, o sea mi desvalido personaje, atribuido de tiernos caracteres, dolido del amor pero no vencido, buscando incesantemente en los brazos de la mujer la salvación, el perdón, la redención en definitiva, Madonna mía, insistiendo en un papel que se siente bendecido así, por las mujeres.
No obstante, algunas veces me enamoro de veras, o eso creo. Luego todo pasa y queda en nada. En todo caso sigue siéndome imposible determinar si yo soy yo o mi personaje, si cuando creo que empiezo a enamorarme lo hago de veras o me autoengaño para seguir jugando a amar. Las minúsculas decepciones con que finalmente todo se resuelve me las tomo cada vez más, decía, estoicamente, como una perfecta y realizada necesidad. No me preocupa, ya digo, y quizá sea de tanto realizar la acrobacia mental que va del amor posible al imposible que, como quería decir, mi papel pueda tratarse de un truco para poder seguir amando un poco, mientras tanto, mientras la vida pasa.

Sí me duele, y me preocupa, quería decir con todo esto, no haber tenido hijos. Quise desde chaval. Yo ya era una aberración a los 18 años: quería tener hijos, muchos hijos; y mis amigos, que por entonces eran más fiesteros y menos enamoradizos que yo, se burlaban de mí. En los últimos años ellos se han entregado sin embargo a tristes matrimonios, llenos de hijos.

Me tomo mi azarosa vida con las mujeres con la ligereza de un fullero impenitente. En mi no descendencia, sin embargo, sí percibo cierto castigo a mi frivolidad, siento sobre mi el peso de una justicia que no me perdona no haber incurrido en ciertas mentiras necesarias para, llamémosle, el matrimonio.

¿Es posible que, en contra de lo que comúnmente se piensa, la actitud del frívolo, como la del bufón, consista en no estar dispuesto a persistir en ninguna mentira? ¿Que la tan honrada y cacareada dignidad no se asiente sino en un corpus admitido de frivolidades?

Y hablando de las mujeres, ¿No es la visión (cínica) que este domingo tengo del amor por sí misma una derrota en el terreno amoroso? ¿No me convierte el tufillo de esta conciencia en un simulador, no siendo ya un sujeto que ama plena, tontamente?
¿Es mi vida amorosa en definitiva, bajo estas condiciones, una parodia?

Ay!

(algún día escribiré algo más de los hijos, de la descendencia y su último significado para mi, y menos de las mujeres)

2 comentarios:

  1. "Cuando el estudiante estè listo para aprender, aparecerà el maestro".

    Lo que deba ser, serà.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Hola Juan, veo que hace tiempo que no escribes, espero que estés muy ocupado e ilusionado con un nuevo amor. He leído con interés todo lo que relatas sobre el amor, las mujeres y tengo una visión bastante pareja, me ha sorprendido mucho la claridad que expones tus sentimientos, como enfatizas aquello que nos sule pasar por alto, como indagas hasta encontrar una explicación..

    ¿Pero no crees, como dice Proust, que a partir de cierta edad hacemos como que no nos importan las cosas que más deseamos?
    Espero que vuelvas a escribir, es un placer leerte.
    Un abrazo
    Audrey

    Por cierto, ¿qué pasó con Lola?

    ResponderEliminar