miércoles, 6 de julio de 2011

Los jardines invisibles

Abandonar un jardín en el que se ha sido tan tan tan dichoso unas horas o unos años siempre es penoso. Uno nunca sale de él con la cabeza bien alta a menos que haya cometido la improbable proeza de dejar dentro a la alimaña muerta o malherida, impotente para volver a dañar a un próximo visitante.

Pero esto no es lo normal. Lo normal es cierto malestar por haber asistido impávido al lento marchitarse de las flores; normal es el eructo amargo después de haberse dado uno un atracón de frutos, haber dejado esqueléticos los antes frondosos árboles; lo normal, en últimas, es marcharse cabizbajo de allí y que la vista atrás nos muestre la existencia de rincones inexplorados, o un inagotable laberinto ante cuya perspectiva, sencillamente, nos faltaron los pies o el valor. Lo normal es salir del jardín y volver al asfalto como se sale de la primavera y se nos viene el otoño encima.

Lo normal, no nos engañemos, es que abandonemos el jardín porque nos molesten ya un poco hasta el cantar de sus pajaritos, pajarracos, las flores sin aroma, algunas repentinamente de plástico, doloridos los tobillos por el piso irregular, a ratos intransitable, surcado de profundas huellas que no son nuestras y por tantas y tantas horribles grietas llenas de hojas secas, muertas.

La tristeza más triste consiste en una especie de remordimiento de exiliado, consistente en ser eternamente un visitante; no encontrar nunca en uno vocación de jardinero.

A veces te dejan entreabierta la puerta de atrás invitándote a volver cuando quieras, para solazarte y hacer inocentes cabriolas en su interior, son los jardines-isla. Otros en cambio cierran empedernidamente, como si las suyas fueran las puertas del Tribunal del Juicio Final, y no te permiten ni asomarte siquiera ni te dejan reclamar alguna cosita que de noche hayas podido dejarte olvidada dentro.

Otros cuantos permiten el acceso, sí, pero engañan: y es que solamente te dejan transitar por un estrecho tramo habilitado, un vereda recta y perfectamente pavimentada, bien preparada, reluciente y sin nada que ver, ruidosa pero muda, una tramo marcado por unas incorruptibles flores de papel couché, que huelen a ambientador; el resto del jardín fuera de la vereda permanece oculto, oscuro y vedado, a veces se escuchan ahogadas voces provenientes de las penumbras que atraen a los idiotas como yo. Salgo de allí normalmente con espinas en las pantorrillas y en las narices, por indiscreto, y nunca encuentro nada en la maleza oscura. Siempre descubre uno como de nuevas que no todo lo oscuro es de la materia del misterio.

Algunos están llenos de hadas y de duendes, esos son encantadores. Otros están llenos de chispeantes demonios, unos demonios que hacen invivible el lugar, y esos jardines también son encantadores.

Ultimamente, con preocupante normalidad, sucede que una funcionaria con gorra nos da antes de entrar una completa guía con un mapa para facilitarnos la visita y recorrer sus zonas más interesantes. A esos entro obediente, a la carrera, como quien hace gimnasia. Y los abandono igual, marcial.

Algunos jardines parecen llamar con tristes y lejanas voces. Aúllan porque les escuece una sequedad o una herida antigua, y precisan cuidado, atención. A esos jardines acudo presuroso, como si no existiera otro motivo por el cual vivir.

Si me encuentro por azar las ruinas de un edificio abandonado por un habitante anterior lloro, lloro de rabia e intento no volver a pasar por allí como si de un lugar sagrado y maldito se tratase. Pero si me encuentro dentro esparcida basura que haya dejado otro visitante, entonces esa basura no la recojo sino que la emprendo a patadas con ella y la esparzo más, y luego no sé dónde meterme. No valgo para jardinero.

Si me encuentro el tronco de un árbol seco, como en la película, me acerco al hueco y siembro susurrando dentro una palabra secreta. Algo mio queda en ese jardín ya para siempre, algo que no es un edificio, ni un columpio, pero que es algo. Esa palabra secreta vertida en el hueco nunca decepciona.

Me gustan los lejanos, y me desalientan los imposibles. Me gustó especialmente un jardín hace años que tenía en su centro un palacio de cristal, tal como era.

El caso es que no pierdo la oportunidad de un jardín, que entro a todos si me gustan, de mil amores, si soy admitido, aun con la firme certeza del abandono. Ninguno es demasiado ni demasiado poco para mi sed insaciable de belleza.
La visita a un jardín es como una vida, quiero decir como lo más puro y bello de una vida.


un saludo.

4 comentarios:

  1. Que magia, la de los jardines.

    Y que pena, cuando se marchitan.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Veo querido amigo, que es Ud. de los que se meten en todos los jardines. No sé porqué recordé un cartelito, medio confesión, medio chiste en una oficina: "Uno sabe que no puede tirarse a todas las tías; pero hay que intentarlo"
    Supongo que hace bien si tiene la edad que sugiere en uno de sus escritos; con el tiempo, seguramente preferirá los jardines verdaderamente singulares. De éstos, uno puede llevarse o dejar cosas, y estarán por siempre allí, intocados en su memoria, así como en la del jardín .
    Eso de ir a un sitio porque lo inauguran, no me parece del todo sensato; es sabido que el despliegue publicitario; el mayor esfuerzo de producción, se hace en las presentaciones oficiales. Es mucho mejor ir un lunes, un martes u un jueves tempranito y conocer realmente el percal. La urgencia nunca lleva a buen puerto; el explorador ávido de maravillas, debe tener el andar pausado que abre de secretos lo invisible.
    Un jardín, nunca será nuestra casa, sino más bien un retiro gozoso. El gran portugués Fernando Pessoa lo dejó patente en una sentencia (no es Sic):
    Somos un viaje a nosotros mismos, con algunas escalas en los demás.

    Escribe Ud. muy bien.

    Le dejo una canción que para mí es emblemática.


    http://www.youtube.com/v/htqkyLIcnG0

    ResponderEliminar
  3. De los jardines me molestan los insectos, los jardineros, los visitantes y hasta el sol.

    Prefiero las cuevas.

    Lógico, no?

    ResponderEliminar