jueves, 14 de julio de 2011

Equilibrio...

Cuando me encuentro con conocidos lo primero que hacen es preguntarme "qué tal" a modo de saludo, algunos tocándome el hombro y mirándome con ternura. A mi no me parece que se trate siempre de una pregunta retórica. Muchos me preguntan bien alerta, temiéndose lo peor, cualquier novedad que yo pueda contarles. Yo respondo a su cordialidad diciendo que estoy bien, cosa que no siempre es cierta, y hablamos un rato, pero a las primeras bobadas de cambio a ellos inmediatamente les parece algo demasiado picante lo que cuento.

A menudo ocurre que los demás reciben nuestros asuntos con mayor gravedad que nosotros mismos. Mi mundo en concreto, ese mismo mundo que yo encuentro tan curioso y absurdo, tan grande y terrible, les resulta irrespirable. A veces cuento algo que me ha sucedido, que he presenciado, o sencillamente algo que pienso o que me invento, y recibo a cambio sentencias del tipo, “bueno, no pasa nada”, “ánimo, hombre”, “hay que disfrutar la vida” o “lo importante es ...” tal o cual cosa. Frases así. Yo inmediatamente intento minimizar la gravedad de mis intenciones (y es porque detesto los consuelos, las frases lapidarias y en general los paños calientes), pero ya es tarde. Me dicen "ánimo" y pienso "si estoy animado". O me dicen "no te preocupes, hombre" y pienso yo, pero si no estoy preocupado. Mis juegos les parecen una actividad abominable, suicida.



Es todavía peor cuando, insaciable, les pregunto por los asuntos de su vida corriente. Me doy cuenta entonces de que reculan y uno cree que puede tocar y pellizcar con los dedos la incomodidad producida en el otro, lo cual moralmente me obliga a reasumir el papel de bufón de la charla aunque sea para despedirme.



Dentro de la buena educación, existen dos maneras rápidas de liquidar el desconsuelo que pueden provocar ciertas conversaciones.

La primera consiste en la frase lapidaria, normalmente extraída de la sabiduría popular. (como "hay que tirar para adelante", o "lo importante no es como empieza sino como acaba" o "lo importante es estar bien con uno mismo" o "la suerte se la gana uno" o "las cosas son como las ve cada uno"). La llamo lapidaria porque son como una pesada losa que se pone sobre algo tan revoltoso como son la razón la verdad o la vida, para que se estén bien quietas y sea cómodo manejarse con ellas; estas frases son el tiro de gracia sobre cualquier diálogo imposible. A mi me repelen especialmente quienes emplean una frase con sonsonete o rima. El otro día me encontré con un amigo de hace años en el tren y en el trayecto de Getafe a Atocha (25 minutos), repitió unas cuatro veces la frase: "La mejor lotería / el trabajo de cada día", y con esta grosería tan mal pareada eludió hablar de su trabajo.

La segunda es la frase paliativa, esta no se emplea para dejar establecida la verdad del asunto sino a modo de alivio del otro. ("no hay mal que cien años dure", "no hay mal que por bien no venga", "esto son rachas", "tú tranquilo", "lo importante no es las veces que uno cae, sino las que uno se levanta" son algunas de las más conocidas). Este método es empleado por aquellos a quienes les parece que uno se queja buscando consuelo, cuando a lo mejor no pretendía sino hacer un chiste o contar una historia truculenta de sí mismo nada más. Los asuntos de mujeres dan lugar a mucho malentendido de este tipo, porque a menudo se viven con ellas entretenidos dramas, bodeviles dignos de ser contados, pero que los monógamos por ejemplo perciben como un hecho perturbador para el objetivo de la existencia y la salvación personal: el matrimonio. Eso que tú cuentas al padre de familia de tu edad que te ha ocurrido con una mujer, por no hablar de acontecimientos más graves, él de pronto lo considera un fracaso en el camino a la paz y a la salvación, otro matrimonio frustrado del pobre cronopio. Y entonces lo sienten tanto por uno que uno mismo no se había dado cuenta de la desgracia hasta después de observarlo reflejado en los ojos del esposo, que te dice "qué le vamos a hacer", triste por ti.

Los paliativos son más bondadosos, tienen mejores intenciones, pero son los más dañinos, porque si hay algo que no perdonamos al prójimo es que sienta por nosotros pena, no hay nada más obsceno.



(otras maneras muy corrientes para evitar el contacto son el mirar para otro lado cuando nos cruzamos en los pasillos de un supermercado, hacerse el longuis o saludar con un apresurado "hasta luego" y pasar de largo sonriente)



Será que me inclino hacia abstracciones resbaladizas o actividades nada prácticas, o que tengo un rostro o un tono de voz lastimero que mueven a compasión... en todo caso no es esto lo que yo creo. Creo que mi mundo, tal como yo lo veo, sí que debe ser terrible pero que yo soy tan idiota o inmaduro que no me doy cuenta. En cualquier caso lo que quería decir al ponerme a escribir este post es que lo que más frecuentemente logran las buenas intenciones de mi entorno es sobre todo preocuparme. Me siento mucho más importante y turbado, más pesado, después de establecer relación con el buen juicio de mis colegas. Y a mi me gusta volar y la gente que vuela.



Puesto a pensar en ello me doy cuenta no obstante de que me conviene este aporte de aplomo, no ir por la vida siempre como un turista atontado, y espabilar un poco. Ese estado inducido de no-idiotez al que accedo en contacto con los otros lo encuentro propicio para mi sustento, no vaya a derretirme el sol las alas. Así que reconozco que después de todo debo agradecer a los demás sus ánimos, consejos y ejemplos. Y saberlo apreciar.

Equilibrio, Juan C.



Saludos.



(me ocurre aquí también, que escribo con ligereza algunas cosas y recibo después mensajes de apoyo, de ánimo, que se agradecen por la intención, pero que lo dejan a uno con la certeza de haberse explicado mal, fatal. De que solamente el buen poeta puede darse a entender y que el resto de los mortales vivimos condenados a la incomprensión de los demás, es decir a la soledad más absoluta)

7 comentarios:

  1. En suma, conviene decir siempre que estàs bien.

    De lo contrario, hay que dar explicaciones.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Oye, es verdad Gaucho... al final todo se reduce a eso.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. ...Y de como son expertos de levantar ánimos y solucionar problemas, ambos ajenos, claro. Siempre pregonan tener la posta y te hacen sentir como un boludo/a (¿gilipollas?)

    ResponderEliminar
  4. A la gente suele importarle nada lo que nos ocurre.
    Como mucho para un chismorreo en su ámbito familiar.
    Al revés también suele suceder.
    Después de haberlo comprobado repetidamente he llegado a la conclusión de que en mi caso prefiero no relacionarme.
    Alejarme de tanta hipocresía y falsedad.

    Y me sienta bien.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  5. Cada uno ve las cosas a su manera, y desde fuera todo parece más sencillo y opinable... si te gusta volar, vuela, los otros como dice Toro suelen pensar desde su punto de vista sin realmente preocuparse en las prioridades de uno, así que sus consejos suelen ser de poco valor...

    un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Rodrigo D. Granados14 de julio de 2011, 14:15

    Regularmente, evito los contactos superficiales (el 99%), y la palabra "ánimo", tiene muy mala prensa en mi vocabulario, tanto si viene como si va.
    Los ingleses se despiden diciendo: See you!
    Un día me reí mucho cuando alguien me contó que si le decían esto, él, por lo bajini y sonriendo respondía:
    Not if I see you first!

    ResponderEliminar
  7. Muy bueno el texto , a mí me pasa algo parecido.
    Como Toro, considero mejor no hablar con la chusma de mis cosillas que nadie entiende más que yo, escribí una vez un post acerca de la inutilidad de los consejos .
    Saludos.

    ResponderEliminar