martes, 14 de junio de 2011

Ya Merche, que descansa tu ventana...

He olvidado mencionar aquí un suceso trascendental en mi vida, importantísimo, sucedido el pasado mes de mayo.
Murió la abuela de mis primos, una señora ya muy anciana, centenaria casi. Esta señora es (¿debo decir "era"?) cubana, vivió la revolución, estudió filosofía y letras en la Habana, según contaba conoció bien al Che Guevara (de quien yo creo que se enamoró un poco), se casó con un popular actor de Miami, donde vivió hasta hace pocos años, vino a España con ochenta y muchos, vivió aquí unos años y murió.

Fui a su velatorio como suele hacerse en estos casos a acompañar a la familia y a hacer un poco el paripé todos juntos. Mi prima hablaba con una señora bastante gorda, rubia, que me resultaba vagamente familiar, y a la que llamaré Mercedes, por ejemplo. Cuando me acerqué lentamente al grupo (uno se mueve con cierta precaución entre los grupos de gente conocida) mi prima me preguntó si no me acordaba de Merche. Mercedes me miró con cierta incomodidad. Instantáneamente exclamé que cómo no iba a acordarme de ella. Me acerqué y le di dos besos. Intenté establecer una conversación por otro lado perfectamente vulgar, pero ella rehusó no sin cierta elegancia, y siguió hablando delicadamente con mi prima de la fallecida, a la que apenas conocía, sin volver a mirarme.

Mercedes fue mi primer amor, o uno de los primeros. Era amiga de mi prima, fueron muy amigas durante la adolescencia, bastante amigas en la primera juventud y simplemente conocidas después. Durante un tiempo yo frecuenté el grupo de mis primos (un grupo que no me resultaba simpático) solamente por poder estar cerca de ella. Estaba absolutamente loco por su cuerpo y por su pelo rubio y su cara con esos enormes e inteligentes ojos azules. Me quedaba embobado mirándola en bañador cuando íbamos al Aquopolis. Me fascinaban a los 16 o 17 años más que nada en el mundo esos colosales pechos que tenía, tan exagerados que tuvieron que reducírselos años después por problemas de espalda, y que eran como el punto más sensible al que aferrar mi deseo por ella. Pero ese deseo sé desde hace tiempo que la abarcaba entera, su manera de moverse, de hablar, de recogerse el pelo y hasta sus pies.
Viendo fotos después corroboro que lo mio de entonces no consistía en esa ceguera juvenil tan típica de no poder mirar más allá de dos descomunales tetas, con perdón. Mercedes tenía una cara preciosa, y un cuerpo de Venus un poco a lo Samantha Fox que exaltaba a cualquiera, más a un adolescente, para quien algo asi constituía algo más que un hermoso cuerpo: Mercedes era un milagro, prácticamente una divinidad para mi.

Por supuesto no saqué nada de ella. Ni siquiera creo que llegara a sospechar de mis titubeantes intenciones más que de las de otros muchos que tampoco consiguieron nada. Era tan elevada la sola pretensión de tenerla que no me atreví ni a insinuarme.
Pardillo.
Luego se casó muy joven, con el chulito, guaperas y gracioso del barrio, de quien según supe acabó divorciándose. Pasé más de diez años sin verla. Y francamente no la recordé mucho.

Bien, el caso es que el tiempo ha hecho estragos en ella y que ahora, mediados los 30 años, sin pecho apenas, lo primero que llamaba la atención de ella era un impactante bozo y unas patillas de pelos, rubios pero bien poblado, tenía la piel apergaminada y un poco hirsuta, como si fumara mucho. Siendo crueles pero honestos digamos a las claras que Mercedes es una señora gorda cualquier otra, particularmente fea. Cierto que mantiene esa mirada altiva y esos exquisitos modales pero que, esta vez, más que darle elegancia y vuelo la hacen parecer más antipática.

Así que ya tengo otro mito de juventud derrumbado más.

Ah descubrí además que no es rubia. Era teñida.

Es un pobre consuelo pensar que la Belleza en sí es imperecedera, y esas cosas, teniendo en cuenta que ese maravilloso cuerpo de Mercedes se ha perdido para siempre, como lágrimas en la lluvia, que en fin todo se va sin dejar rastro.

Y sin embargo sí, cierto consuelo en el velatorio al verla, un bienestar como postcoital, un cosquilleo de satisfacción contemplando su bigote, quizá justicia, no sé...

3 comentarios:

  1. jajajajajaja!!!! La venganza del tiempo!!

    Lo esencial es invisible a los ojos.

    Un abrazo.

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  2. Me he reído mucho con este post. Muy bueno. Así es la vida. Y tú que te hubieras casado con ella. Pero bueno, ¿quién se salva del paso del tiempo? Estaría bien leer en el blog de Mercedes, la impresión que se llevó de ti en aquel mortuorio encuentro, jejeje. Un abrazo:
    Tadeo

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  3. Gracias Gaucho, como siempre. Espero (esperamos tus lectores) tu post de hoy.

    Y a ti Tadeo muchas gracias también. Ojalá no se acaben nunca esos 500 sonetos que tienes previstos. La verdad es que no había pensado en la impresión que yo debí causar a Mercedes. De todas formas los que nunca hemos sido guapos no tenemos tanto que perder.

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