viernes, 24 de junio de 2011

El mono desnudo

Desde un punto de vista zoológico no somos nada de otro mundo. Desmond Morris escribió a mediados de los años 60 un libro demoledor, definitivo para limpiar los restos de lo que pudiera quedar del viejo mito del hombre como especie elegida. Acabo de terminarlo.
Se empieza hablando del mono que baja del árbol y se enfrenta a la estepa, de cómo ese mono va erguiéndose y perdiendo (por motivos aun no explicados del todo), pelo corporal; de cómo, a falta de armas naturales (garras, colmillos) comienza a utilizar armas artificiales para defenderse y atacar, lo que conlleva un mayor cerebro, consumo de carne, más caza más proteínas, más cerebro... Esto está en cualquier manual de antropología.

Lo más interesante llega en seguida con los comportamientos que adopta el mono desnudo para sostener una forma de vida basada en la caza cooperativa, ya que un humano por ahí suelto en la estepa con un palo en la mano no suponía una amenaza, y era además una presa fácil. Es decir, que los machos debían llevarse bien entre sí para ayudarse en sus cacerías. Debía no haber entre ellos rencillas si la especie quería sobrevivir.
La cosa es larga pero igual que sucede con otras especies de primates con una organización social similar, la naturaleza creó el enamoramiento entre otras cosas para evitar la competencia sexual entre los machos de la manada. Los monos también se enamoran y se establecen vínculos entre machos y hembras.
Otro mecanismo biológico para este fin es el sexo. Las hembras humanas son las únicas en la naturaleza con el ángulo del conducto vaginal hacia delante. Esto hace que la postura básica de cópula entre humanos sea de frente, la que nosotros llamamos "del misionero". En más de 200 sociedades humanas repartidas por todo el mundo, desde tribus africanas a esquimales, se ha estudiado que un 80% del sexo que se practica se hace así, de frente. En el resto de especies sin excepción el macho monta a la hembra desde atrás. Nosotros nos miramos en cambio a la carita mientras, lo cual qué duda cabe crea un vínculo entre macho y hembra, relacionando así inmediatamente el sexo con la identidad del compañero. Viene a ser sexo personalizado frente al sexo más impersonal que se practica por atrás. Hay quien cree que también la pérdida del vello corporal se produjo precisamente en virtud del placer de las caricias, de un más estrecho vínculo entre macho y hembra, pero esto no está claro.

ESte poderoso vínculo natural, el amor, fue creado sobre todo para la protección de las crías, que durante un tiempo excepcionalmente largo en nuestra especie comparado con el resto del reino animal, necesitan protección, cariño, y mucho aprendizaje para enfrentarse al complejo mundo exterior que les espera. Nuestra capacidad de aprendizaje es sin duda la clave de nuestro éxito evolutivo. Nuestra inmadurez de adultos se prolonga durante toda la vida (esto se llama neotenia, no confundir con complejo de Peter Pan); así que esa inmadurez de la que tantas veces nos vemos acusados por amargosas marujas resulta ser un mecanismo adaptativo único, nos permite seguir aprendiendo durante toda nuestra vida hasta la vejez.
Habla después de nuestro comportamiento social como una herencia recibida del arte que nuestra madre despliegue con nosotros durante nuestra niñez. Este raro arte consiste en el equilibrio entre la protección y el cariño que recibimos de ella durante la primera infancia y de su buena mano después para ir soltándonos a la sociedad con otros niños con los que jugar. El carácter del adulto estará condicionado para toda la vida por esta sutil conjugación que la madre realiza. Pone realmente incómodo al leer el libro constatar que somos idénticos a los monos estudiados, que los chimpancés mimados y queridos por sus madres y luego juguetones con sus amigos eran así, que a los que les faltaba una de las dos cosas se comportaban de esta o de aquella manera, y que los pobres monos a quienes les faltaron los dos elementos son socialmente de adultos unos pobres diablos. Al fin y al cabo incomoda que buena parte de eso que llamamos con cierto vano orgullo "nuestra forma de ser" no sea más que el resultado evidente de una combinación en la que ni siquiera intervenimos, ni es mérito ni culpa nuestra ser así o asá.

En fin no quiero ponerme pesado. Habla también de nuestros patrones de lucha, de nuestros gestos y forma de defendernos o mostrar intenciones de ataque al sentimos amenazados (Dios sabe a cuántos orangutanes con corbata he reconocido en el libro). Habla de la risa y del llanto. Habla de la religión, la defecación, la guerra, el trabajo, el clítoris y los orgasmos femeninos, del pandillismo masculino, del pintalabios, del lenguaje (desde la charlatanería a Garcilaso de la Vega) como sucedáneo del aseo social, de por qué a las niñas les gustan los caballos y a ninguno nos gustan las serpientes o las arañas.

El libro no deja ni un pájaro suelto en la cabeza. Y he entendido lo que dice Koestler en la contraportada: “cuando uno se mira en el espejo después de haber leido este libro ya no se ve de la misma manera”

PD: Como parte simpática recuerdo la parte en que se explaya con evidente gusto en los los rituales preparación y posterior coito humanos. Lo describe con tanto detalle que deja de ser por unas páginas el frío científico y alcanza por momentos la intensidad de un relato erótico. A lo mejor se trata de un nuevo género literario, inexplorado: el erotismo científico. El caso es que funciona.

Saludos.

2 comentarios:

  1. Bueno, bueno, heme ahí interesantísima por el libro y tus análisis y vas y terminas con aquello de "funciona" y ya no he podido me he tenido que reír pues no me esperaba yo que tuviera su parte play boy jejeje
    Gracias por pasarte por me blog y dejar tu huella
    Un saludo

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  2. Me encanta que haya traído este libro Juan Carlos; lo leí hace unos treinta años (en los ochenta estuvo muy en boga en España).
    Si bien reconozco que no es el libro definitivo sobre el tema, creo que es el más accesible y ameno que he leído al respecto de esa cuestión que trata.
    Observo a los animales, y lo hice desde que tengo memoria; ¡no se imagina la de cosas que se pueden aprender sobre nosotros mismos al hacerlo!
    No sé si es que se ha reeditado o ha dado Ud. con un ejemplar treintaañero; sea como fuere, es muy oportuno que salga a la palestra una vez más esta obra, que como ya dije (y a mi criterio) tiene alguna que otra omisión y tampoco se priva de patinazos.
    Hace poco, me enteré de la reedición de: "Gog", un libro que Giovani Papini escribió entre el 50 y el 60; fue un hombre considerado en la intelectualidad de la época. "El libro negro", fue lo primero que de él leí antes de que acabaran los 70'; pero para ese tiempo, ya se le había olvidado
    Supongo que lo sacan del baúl ante la convulsa situación en que vivimos, pues habla de un magnate sin moral ni límites.

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