jueves, 30 de junio de 2011

Adios

Esta tarde tengo que ir al hospital a despedirme de mi tio abuelo. El viernes le dan el alta para que pueda volverse al pueblo, a morir allí. Como ya nunca voy al pueblo sé que no le veré más. Será ley de vida y todo lo que se quiera, pero aun me parece raro despedirme de alguien a quien llevo casi cuarenta años acostumbrándome.

Es el hermano de mi abuela materna. Es bajito, fuerte, con el pelo corto completamente blanco muy poblado, muy crespo. Tiene o tenía la mirada fiera, los ojos muy grandes, y en la boca una mueca que siempre me pareció cruel. Aunque no fue un buen tipo a mi siempre me atrajo mucho mi tio N., tan poderoso y tan cínico, con su mujer siempre al lado, deprimida, flaca y amargada. EStoy seguro de que la engañó como mínimo un millón de veces. Ganó bastante dinero trapicheando en el pueblo, haciendo según se cuenta putaditas a diestro y siniestro a los vecinos, sin ningún escrúpulo para sacar algo. A pesar de poseer tan buenas cualidades para el éxito se enriqueció solo moderadamente: acabó construyéndose una casa en el pueblo con algún metro cuadrado más que la media y comprándose un Land Rover último modelo que en los 70 fue la envidia de la región. Tuvo tres hijos y los tres se dieron a diferentes vicios, uno de ellos, demasiado bueno para este mundo, murió de sobredosis, y los otros dos arrastran cada uno a su modo las secuelas de una mala vida.
La gente encontraba incómodo su negrísimo humor y ese cinismo que a mi tanto me gustó siempre. Pero es justo reconocer que su vida ha sido un perfecto desastre.
¿Qué pensará ahora, sabiendo que se muere?

Me recuerdo de adolescente cuando nos acercábamos de visita familiar a su órbita, a su casa, a su mesa. Cómo iba yo en el coche de mi padre temiéndomelo y entraba ya temblando a su casa, esperando la pregunta fatal que acabaría soltándome con mi madre delante. Yo estaba descubriendo por entonces a las chicas, a las que me acercaba con el típico miedo adolescente al sexo contrario, era algo que yo llevaba todavía con cierta oscuridad, inseguridad, con vergüenza incluso; en mi casa esos asuntos eran tabú. Entonces la pregunta inevitable y fatal de mi tio N. era de este tipo, soltada siempre a quemarropa:
- Y tú qué, ¿le has bajado ya las bragas a alguna?
Mi madre miraba a otro lado, y yo quería morirme.
Ahora le agradezco aquello, y de alguna manera admiro que se permitiera no ser un remilgado como todos los demás adultos.
Podría contar algunas anécdotas así con otras víctimas.

En fin quizá no haya sido el mejor tipo del mundo, pero ha sido importante en mi vida, ha estado siempre en mi mapa. Ahora que lo pienso ha sido quizá el único personaje shakesperiano, de carne y hueso, que me ha nombrado. Tiene varios tumores en un pulmón, metástasis en el hígado. Qué normal es morirse. Qué asco de vida.

Espero conservar esa imagen de mi tio N. sentado a la mesa con una mano en la rodilla y ladeado, como esas fotografías de solitarios caballeros del s.XIX, callado la mayor parte del tiempo, siempre a punto de soltar un comentario hiriente, poderoso y escrutador. Esos grandes y líquidos ojos negros. Esa inolvidable mueca cínica y cruel de la boca.

A ver con quién me encuentro ahora. Seguramente con un hombre extenuado, por fin bueno, dócil, cómodo. Ahora que parecen haberse agotado sus reservas de desprecio buscará la paz, el perdón, y demás.

Saludos.

4 comentarios:

  1. me gusta tu estilo de letras ....Unico

    ResponderEliminar
  2. Lo nuestro es pasar, lamentablemente.

    Tu tìo seguirà vivo mientras lo recuerdes.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. ¡Me encantó, y me emocionó muchísimo esta
    entrada!

    Siempre digo que lo mejor es quedarse con esos lindos recuerdos.
    Besos.
    Nina Simone (No puedo firmar de otra forma, solo como anónimo)

    ResponderEliminar
  4. Poco me gustan las despedidas, pero la vida es como un tren.

    ResponderEliminar