domingo, 27 de junio de 2010

Todavía domingo

No me siento forzado a esbozar una especie de biografía preliminar. No pienso tampoco darlo a conocer anunciándome por internet en foros y otros blogs para que la gente, un montón de gente, una multitud, se anime, me lea y me aconseje, aunque no ocultaré que estaría encantado de expandirme social aunque discretamente por medio de esto o de cualquier otro canal.
Veamos: tengo 36 años, soy soltero, tengo una nómina estable , tengo una gata, casa, algunas lecturas y amores perdidos que constituyen para mí mi gran tesoro, tengo a mis padres vivos y sanos y un grupo de amigos no muy numeroso y cada vez más lejano y ajeno, a quienes comprendo cada vez menos. Puedo suponer por las vidas leídas de los libros y en el cine que la mía se encamina de forma inexorable a la tristeza, al aislamiento y, en su último capítulo, bien a la redención, bien al rencor.
Cuando he escrito hace un momento que a mis amigos los comprendo cada vez menos me he expresado con prisa, mal. En realidad creo que comprendo bien a mis amigos, ocurre que me resisto a admitir que nuestras visiones del mundo están cada vez más apartadas y son más incompatibles unas de otras, una desgracia de lo más común, por otra parte.
Con uno de ellos, que llamaré Camacho por discreción, mantuve durante años una relación íntima. Nuestra perdida amistad se sustentaba por entonces en una juvenil y compartida extrañeza ante la vida, una extrañeza esta que nos parecía el único modo coherente de ir por el mundo. Por ejemplo ante eso que los demás llamaban amor nosotros no veíamos sino resignación, acomodo, en una palabra, rendición (Peces de ciudad, Joaquín Sabina). Nos negábamos a pensar por ejemplo que la felicidad pudiera proporcionarla el consumo indiscriminado y la fiesta tonta a la que la sociedad empezaba a apuntarse por entonces, y nos recreábamos a cambio en apasionadas discusiones teológicas, filosóficas y literarias (aunque Camacho nunca leyera mucho) que no llevaban a ninguna parte, pero que nos ocupaba horas y noches enteras; eso fue mucho antes de que los demás pudieran hacernos creer que lo nuestro no era más que esnobismo. En una palabra, rechazábamos en nuestras tertulias la pantomima de la vida burguesa. Veíamos y encontrábamos nuestra humanidad, nuestra pasión y casi nuestra razón de ser en esos laberintos. El caso es que Camacho se ha casado hace poco con una mujer a la que yo juzgo horrible y calculadora. Ofelia (así la llamaré) está convencida de que a las personas se las conoce por los zapatos que llevan puestos, y lo dice con una inflexión de seguridad realmente envidiable. Una mujer todo hay que decirlo poderosa, con una máscara hecha en granito, que lleva a su marido como al resto de la casa: con mano firme por el sendero de la vida adecuada, y que le ha dado un hijo, en quien Camacho ha abdicado. Quizá yo le tenga idealizado a Camacho, a aquel Camacho joven y atrevido, que siempre decía la verdad más inoportuna por mucho que pudiera perder en el lance, o que reflexionaba seriamente sobre los asuntos de qué pintamos aquí, de qué va esto, etcétera. Ahora Camacho es un repertorio de lugares comunes. Conserva su energía para el trabajo, y no discute ya sino para defender con vehemencia ciertos fanatismos evidentes y cómodos. Cualquier tema que pretenda escarbar en la verdad, cualquiera que sea, le incomoda. Una mente que a menudo fue brillante no sabe moverse ya sino entre axiomas. Ya no vuela. Camacho se ha dejado matar a ese humanito encantador y lo ha suplantado por un secundario inseguro que interpreta el papel de hombre recto y que-sabe-lo-que-quiere. Pretende eso sí que no se note el cambio, que comulguemos con su mentira. O bien rellena la distancia del que fue al que es ahora con una ardua retórica sobre la supervivencia, la madurez, las etapas de la vida y demás tristezas.
Creo que Camacho goza de un carácter sumiso, y que ha sustituido su dependencia de mi por la de su mujer, un cambio lógico, bien pensado. Esta renovación ha afectado substancialmente a su forma de estar en el mundo, aunque no parece haberle importado demasiado. Tiene sus molestias aceptar que aquellas conversaciones y aquél mundo nuestro que yo juzgaba tan sublime, tan relajado y tan de igual a igual no fuera sino una mascarada como cualquier otra, que yo me engañaba como en tantas otras cosas.
Por las veces que le veo sería incapaz de decidir si es feliz o no con su nueva vida. Como yo no soy muy feliz tampoco me atrevería a darle consejos, sacudirlo, joder su matrimonio.
En una palabra a menudo, muy a menudo, me aburre Camacho, sus cosas. Ya me sé sus opiniones. Lo hubiera creído imposible antes de Ofelia.
No es que considere algo egoísta (malo) corromper algo tan vivo como un matrimonio con un hijo sólo porque a mi me aburren, es más que lo veo innecesario.
Parece que todo obliga a alejarse, y sin embargo me empeño en mantener su amistad.
Incluso soy el padrino del niño

Bueno, mañana escribiré más.

4 comentarios:

  1. Primero, muchas gracias por tu comentario en mi blog! y que honor que es el primero :D!
    Jeje que cosas con tu amigo... será que esos humanitos especiales se cansan de que su viaje parece ir contra la corriente y luego simplemente se dejan arrastrar (porque si, es mas cómodo) y luego se pierden entre la masa?
    Yo me siento a veces con la energia de ser yo y no dejarme llevar por lo que alguien mas dice que debo ser o hacer, pero luego al ver que todos van en cierta direccion y yo voy en la opuesta, me hacen dudar... En general creo que me he mantenido, pero siempre me pregunto si algún dia me pasará lo que a tu amigo (y me da miedo que llegue a pasar jeje).
    Ah y a propósito de su esposa que juzga a las personas por sus zapatos, tengo un post en otro de mis blogs al respecto:
    http://meimportauncacahuate.blogspot.com/2008/10/con-el-pie-derecho.html
    que diría de mi? jajajaja (aunque creo que el como vestimos es cierta forma de comunicar algo, no creo que eso sea el unico ni el mejor metodo de conocer a una persona)
    Y por ultimo! gracias por recordarme que no lo tengo que abandonar... me motivas :D

    ResponderEliminar
  2. Vaya muchas gracias por tu comentario. Qué ilusión. No sé muy bien cómo funciona esto de los blogs así que te he dejado uno en el tuyo a propósito de los zapatos.
    Puede que después de todo nuestra "rareza" (llamémosla así para abreviar) no sea otra cosa que inadaptación. En fin.
    Muchas gracias.

    ResponderEliminar
  3. Yo siempre digo que no hay personas raras, simplemente son personas diferentes. Yo me considero una incomprendida, o sea diferente a los demás porque nadie me entiende...

    :)

    ResponderEliminar
  4. Creo y espero que mantengas esa "juvenil y compartida extrañeza ante la vida".
    Un abrazo

    ResponderEliminar