martes, 29 de junio de 2010

Jimena

Tuve una novia de la que todos los días me acuerdo con pena, pero sin exagerar. Y si pudieran escrutarse esos segundos en los que me acuerdo de ella, las continuas ráfagas en las que ella pasa por mi mente, decir a diario aun sería quedarse corto. Ahora, después de tantos años sigue sin pasar un día en el que, por un motivo u otro (un olor, esa canción, mi fe perdida, unos pimientos rellenos de bacalao o un paseo por Madrid) no la recuerde. No sé cuántos años estuvimos y vivimos juntos, muchos años, en el mejor de los casos demasiados, en el peor demasiado pocos. La dejé definitivamente varias veces a lo largo de esos años, y es de sentido común entender que la dejé varias veces porque me resultaba tan imposible aguantarla como resistirme a sus brazos, a su voz, a su cuerpo; la recaída tenía lugar por lo general un sábado. Aun consciente de lo absurdo quería verla siempre una vez más, que me hablara, que nos hiciéramos un último porro, que nos acostáramos consumidos por el deseo del otro y nos levantáramos a la mañana siguiente para imponernos las nuevas condiciones del nuevo pacto que de una vez por todas por fin estableciera, en fin, ya sabes. Esos domingos de reconciliación bajábamos a Lavapiés por la mañana como dos niños a un mundo por estrenar. Los bares mugrientos ofrecían un interés inagotable, las personas con las que nos cruzábamos eran objeto de conversación y especulaciones durante varios metros, el parque del Retiro nos olía como la misma selva tropical. Naturalmente pasado un tiempo todo se iba al garete, la mugre era sólo mugrienta, la gente gris y el parque del Retiro un lugar lleno de bichos e inmigrantes que incordiaban con la pelota. Rero resultaban tan dulces, tan hermosas, aquellas reconciliaciones nuestras que me parecen ahora desde este otoño, a pesar del dolor padecido, lo más hermoso de la vida, de mi vida.

Antes de nada, para situarme, haré una breve cronología de mis relaciones más importantes, sustituyendo los nombres reales por otros más sugerentes y exactos para mi en algunos casos que los reales.

Veamos, yo nací en el 74
- De 1992 a 1999 estuve con Begoña, otra mujer de mi vida, de la que hablaré quizá otro día y a la que fui estrictamente fiel hasta que apareció Jimena.
- De 1999 a 2005 con Jimena, con bastantes intermitencias de por medio. Intermitencias durante las que mantuve relaciones más o menos serias con Mari Pili (2002), Sara (2003), y, digamos, Mademoiselle C. (2004), y me enamoré locamente por cierto de la bella Marie Joe, a la que pretendí con tan poco tino que ni llegué a disparar siquiera. Marie Joe tenía un novio policía, algo psicópata, y era amiga íntima de Sara... pero otro día reflexionaré y me libraré de ella, de ellas dos, de aquél entonces, de mi gran amor sin consguir.
- De 2005 hasta ahora, otra relación intermitente, pero esta carnal, sin perspectivas ni dramatismo, con Remedios. Empezamos con intención de establecernos y hacernos una pareja estable pero éramos muy distintos. Mantenemos en cambio dos o tres veces al mes un excelente, sano y refrescante trato físico. Remedios es una de esas personas a las que se quiere a lo largo de la vida, basta con conocerla.
- Violeta (2008) y Martina (2009)
- 2010: En abril más o menos mpecé una nueva relación con una mujer lejana y muy prometedora, a la que estoy proponiéndome querer más con determinación que con alegría. La llamaré Ártemis, espero hablar de ella mucho en adelante. La semana que viene voy con ella a Francia.

Compruebo con esto que en más de veinte años de relaciones serias con mujeres no he aprendido nada.
Y nada más que seis años con Jimena. Nada más que seis años pero que parecen la vida entera, o casi, con su prólogo y su epílogo.

Pero hablaba de Jimena, y aquí la llamo así porque es el nombre que hubiera debido tener nuestra hija: Decía o quería decir que de nuestra última y definitiva ruptura, por ese agrio sabor que me dejó su actitud la noche antes, yo ya sabía que no nos repondríamos. Por supuesto que ella no lo asumió con tanta claridad, dotada de una proverbial y tozuda inconsciencia se las apañó para seguir dándome la lata durante un tiempo, un año más o menos. Luego aunque enmudeció orgullosa seguí sintiéndola cerca, como conectada a mi. Yo percibía y me alimentaba aun de ese vínculo nuestro. Había algo trágico en sentir con ella esa conexión lejana e imperceptible que daba tantas fuerzas, saber que a pesar de los pesares Jimena me entendía, me quería, nos queríamos. Pero un día de repente desapareció. Apartada y ausente, Jimena ya no estaba, y para mi sorpresa me vi de pronto oscuro y torpe, en medio de un mundo crecientemente extraño, sintiéndome por fin abandonado no solo de ella. No fue sino cuando perdí este, digamos, pathos, que me di cuenta de cuánto me gustaba tener a Jimena al otro lado del mundo, en mi órbita, gravitando alrededor mio. Yo podía vivir bien, igual, mientras tanto, tratando de conquistar a una mujer, leyendo libros, saliendo de vacaciones, viniendo a trabajar. Aparentemente podía hacer todas estas cosas con una asombrosa naturalidad mientras sentía activa mi conexión con ella, como un vínculo que, a pesar de la distancia y el silencio entre ambos, me nutría de cierta empatía.
Jimena fue durante el tiempo en que estuvimos juntos, y después, con su presencia ausente, un hilo invisible que me unía al mundo. Sin saber cómo el hilo se rompió, y sin saber por qué Jimena ha vuelto ahora a dar la lata; guerrera, imposible, trágica y adorable Jimena.

1 comentario:

  1. Me gustó tu cronología. Escribes tan bueno que me permito avisarte de un pequeño error dactilográfico: mi gran amor sin consguir...
    Lo viste? Muchas veces no veo los errores que cometo...
    Un abrazo (aunque no nos conocemos y ni sé si vas a leer este comentario)

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