jueves, 30 de junio de 2011

Adios

Esta tarde tengo que ir al hospital a despedirme de mi tio abuelo. El viernes le dan el alta para que pueda volverse al pueblo, a morir allí. Como ya nunca voy al pueblo sé que no le veré más. Será ley de vida y todo lo que se quiera, pero aun me parece raro despedirme de alguien a quien llevo casi cuarenta años acostumbrándome.

Es el hermano de mi abuela materna. Es bajito, fuerte, con el pelo corto completamente blanco muy poblado, muy crespo. Tiene o tenía la mirada fiera, los ojos muy grandes, y en la boca una mueca que siempre me pareció cruel. Aunque no fue un buen tipo a mi siempre me atrajo mucho mi tio N., tan poderoso y tan cínico, con su mujer siempre al lado, deprimida, flaca y amargada. EStoy seguro de que la engañó como mínimo un millón de veces. Ganó bastante dinero trapicheando en el pueblo, haciendo según se cuenta putaditas a diestro y siniestro a los vecinos, sin ningún escrúpulo para sacar algo. A pesar de poseer tan buenas cualidades para el éxito se enriqueció solo moderadamente: acabó construyéndose una casa en el pueblo con algún metro cuadrado más que la media y comprándose un Land Rover último modelo que en los 70 fue la envidia de la región. Tuvo tres hijos y los tres se dieron a diferentes vicios, uno de ellos, demasiado bueno para este mundo, murió de sobredosis, y los otros dos arrastran cada uno a su modo las secuelas de una mala vida.
La gente encontraba incómodo su negrísimo humor y ese cinismo que a mi tanto me gustó siempre. Pero es justo reconocer que su vida ha sido un perfecto desastre.
¿Qué pensará ahora, sabiendo que se muere?

Me recuerdo de adolescente cuando nos acercábamos de visita familiar a su órbita, a su casa, a su mesa. Cómo iba yo en el coche de mi padre temiéndomelo y entraba ya temblando a su casa, esperando la pregunta fatal que acabaría soltándome con mi madre delante. Yo estaba descubriendo por entonces a las chicas, a las que me acercaba con el típico miedo adolescente al sexo contrario, era algo que yo llevaba todavía con cierta oscuridad, inseguridad, con vergüenza incluso; en mi casa esos asuntos eran tabú. Entonces la pregunta inevitable y fatal de mi tio N. era de este tipo, soltada siempre a quemarropa:
- Y tú qué, ¿le has bajado ya las bragas a alguna?
Mi madre miraba a otro lado, y yo quería morirme.
Ahora le agradezco aquello, y de alguna manera admiro que se permitiera no ser un remilgado como todos los demás adultos.
Podría contar algunas anécdotas así con otras víctimas.

En fin quizá no haya sido el mejor tipo del mundo, pero ha sido importante en mi vida, ha estado siempre en mi mapa. Ahora que lo pienso ha sido quizá el único personaje shakesperiano, de carne y hueso, que me ha nombrado. Tiene varios tumores en un pulmón, metástasis en el hígado. Qué normal es morirse. Qué asco de vida.

Espero conservar esa imagen de mi tio N. sentado a la mesa con una mano en la rodilla y ladeado, como esas fotografías de solitarios caballeros del s.XIX, callado la mayor parte del tiempo, siempre a punto de soltar un comentario hiriente, poderoso y escrutador. Esos grandes y líquidos ojos negros. Esa inolvidable mueca cínica y cruel de la boca.

A ver con quién me encuentro ahora. Seguramente con un hombre extenuado, por fin bueno, dócil, cómodo. Ahora que parecen haberse agotado sus reservas de desprecio buscará la paz, el perdón, y demás.

Saludos.

lunes, 27 de junio de 2011

Lejano

A pesar de ciertos inicios prometedores, pronto asumí que no soy un poeta, que no soy un artista de ningún tipo. Ni siquiera poseo el método y la tenacidad necesarias para hacerme un intelectual. Aun a pesar de haberme dado cuenta hubo un tiempo en el que, bien por vanidad bien por ligar, aun interpreté ese favorecedor papel de bohemio intelectual poeta vagamente nietzscheano dispuesto a morir o matar por un verso, en otras palabras fui durante unos cuantos años un farsante, y un pelma. Ahora ya no soy un farsante. No pretendo ser nada así ni hacérselo creer a nadie.

El acto mismo de escribir públicamente (este blog, por ejemplo) no entiendo bien a qué impulso obedece.

Y por otra parte y al mismo tiempo, pese a haber renegado de aquellos arrebatos líricos he quedado incapacitado también para la vida corriente. Es así que me aburren y huyo de las conversaciones convencionales que me rodean, me espanta la televisión, las tonterías y batallitas del trabajo que nada me importan, la fórmula uno, las derechas, el Papa, las izquierdas, de si es más barato el kilo de gambones en el Mercadona o en el Carrefour, de si esta camiseta me sienta mejor o peor que otra, ni siquiera el dinero me seduce gran cosa...a pesar de vivir rodeado de ello. Quiero decir que asisto al espectáculo de mi existencia como siendo otro.

Cuando observo a los demás despachar con tanta naturalidad estos asuntos, pasar la vida metidos en ellos sin más, considero esta frivolidad un lujo, casi un estado de gracia que a mi me ha sido negado.

Así que asumo que soy un hombre que se ha quedado en la orilla, viendo pasar el rio, sentado fumando tranquilo y sin entender gran cosa. Y tampoco se está mal, como diría Cortázar es una vida como cualquier otra.

Saludos.

domingo, 26 de junio de 2011

Bach

Bueno ahora que me han enseñado a insertar videos quiero poner este, una de mis piezas musicales favoritas. El estallido de la música tras los primeros segundos de silencion aun me estremece, los monólogos del violín después, sus ensimismamientos y sus estallidos con la orquesta.
Si tengo el día (porque la música suena solamente cuando quiere) aun me hace soltar alguna lágrimita.

Hubo tiempo en el que no me importaba otra cosa que fumar porros y escuchar música. Hoy en día quizá ya esté envilecido, sea demasiado cobarde para entregarme así. El caso es que este primer movimiento que cuelgo aquí es algo realemente importante en mi vida.

(el segundo y tercer movimientos también son maravillosos)



Saludos.

viernes, 24 de junio de 2011

El mono desnudo

Desde un punto de vista zoológico no somos nada de otro mundo. Desmond Morris escribió a mediados de los años 60 un libro demoledor, definitivo para limpiar los restos de lo que pudiera quedar del viejo mito del hombre como especie elegida. Acabo de terminarlo.
Se empieza hablando del mono que baja del árbol y se enfrenta a la estepa, de cómo ese mono va erguiéndose y perdiendo (por motivos aun no explicados del todo), pelo corporal; de cómo, a falta de armas naturales (garras, colmillos) comienza a utilizar armas artificiales para defenderse y atacar, lo que conlleva un mayor cerebro, consumo de carne, más caza más proteínas, más cerebro... Esto está en cualquier manual de antropología.

Lo más interesante llega en seguida con los comportamientos que adopta el mono desnudo para sostener una forma de vida basada en la caza cooperativa, ya que un humano por ahí suelto en la estepa con un palo en la mano no suponía una amenaza, y era además una presa fácil. Es decir, que los machos debían llevarse bien entre sí para ayudarse en sus cacerías. Debía no haber entre ellos rencillas si la especie quería sobrevivir.
La cosa es larga pero igual que sucede con otras especies de primates con una organización social similar, la naturaleza creó el enamoramiento entre otras cosas para evitar la competencia sexual entre los machos de la manada. Los monos también se enamoran y se establecen vínculos entre machos y hembras.
Otro mecanismo biológico para este fin es el sexo. Las hembras humanas son las únicas en la naturaleza con el ángulo del conducto vaginal hacia delante. Esto hace que la postura básica de cópula entre humanos sea de frente, la que nosotros llamamos "del misionero". En más de 200 sociedades humanas repartidas por todo el mundo, desde tribus africanas a esquimales, se ha estudiado que un 80% del sexo que se practica se hace así, de frente. En el resto de especies sin excepción el macho monta a la hembra desde atrás. Nosotros nos miramos en cambio a la carita mientras, lo cual qué duda cabe crea un vínculo entre macho y hembra, relacionando así inmediatamente el sexo con la identidad del compañero. Viene a ser sexo personalizado frente al sexo más impersonal que se practica por atrás. Hay quien cree que también la pérdida del vello corporal se produjo precisamente en virtud del placer de las caricias, de un más estrecho vínculo entre macho y hembra, pero esto no está claro.

ESte poderoso vínculo natural, el amor, fue creado sobre todo para la protección de las crías, que durante un tiempo excepcionalmente largo en nuestra especie comparado con el resto del reino animal, necesitan protección, cariño, y mucho aprendizaje para enfrentarse al complejo mundo exterior que les espera. Nuestra capacidad de aprendizaje es sin duda la clave de nuestro éxito evolutivo. Nuestra inmadurez de adultos se prolonga durante toda la vida (esto se llama neotenia, no confundir con complejo de Peter Pan); así que esa inmadurez de la que tantas veces nos vemos acusados por amargosas marujas resulta ser un mecanismo adaptativo único, nos permite seguir aprendiendo durante toda nuestra vida hasta la vejez.
Habla después de nuestro comportamiento social como una herencia recibida del arte que nuestra madre despliegue con nosotros durante nuestra niñez. Este raro arte consiste en el equilibrio entre la protección y el cariño que recibimos de ella durante la primera infancia y de su buena mano después para ir soltándonos a la sociedad con otros niños con los que jugar. El carácter del adulto estará condicionado para toda la vida por esta sutil conjugación que la madre realiza. Pone realmente incómodo al leer el libro constatar que somos idénticos a los monos estudiados, que los chimpancés mimados y queridos por sus madres y luego juguetones con sus amigos eran así, que a los que les faltaba una de las dos cosas se comportaban de esta o de aquella manera, y que los pobres monos a quienes les faltaron los dos elementos son socialmente de adultos unos pobres diablos. Al fin y al cabo incomoda que buena parte de eso que llamamos con cierto vano orgullo "nuestra forma de ser" no sea más que el resultado evidente de una combinación en la que ni siquiera intervenimos, ni es mérito ni culpa nuestra ser así o asá.

En fin no quiero ponerme pesado. Habla también de nuestros patrones de lucha, de nuestros gestos y forma de defendernos o mostrar intenciones de ataque al sentimos amenazados (Dios sabe a cuántos orangutanes con corbata he reconocido en el libro). Habla de la risa y del llanto. Habla de la religión, la defecación, la guerra, el trabajo, el clítoris y los orgasmos femeninos, del pandillismo masculino, del pintalabios, del lenguaje (desde la charlatanería a Garcilaso de la Vega) como sucedáneo del aseo social, de por qué a las niñas les gustan los caballos y a ninguno nos gustan las serpientes o las arañas.

El libro no deja ni un pájaro suelto en la cabeza. Y he entendido lo que dice Koestler en la contraportada: “cuando uno se mira en el espejo después de haber leido este libro ya no se ve de la misma manera”

PD: Como parte simpática recuerdo la parte en que se explaya con evidente gusto en los los rituales preparación y posterior coito humanos. Lo describe con tanto detalle que deja de ser por unas páginas el frío científico y alcanza por momentos la intensidad de un relato erótico. A lo mejor se trata de un nuevo género literario, inexplorado: el erotismo científico. El caso es que funciona.

Saludos.

miércoles, 22 de junio de 2011

Sueño con serpientes

Hace años que escuché esta canción. No era de mis favoritas. Hoy de repente he entendido claramente qué quería decir Silvio.
Me avergüenzo un poco la verdad, de mi torpeza, no haberla entendido antes así como ahora la entiendo.

Creo que he aprendido además a colgar videos.

http://www.youtube.com/watch?v=I6OUMPZqijM&feature=related

(no, no he aprendido pero copio el enlace)

Saludos

lunes, 20 de junio de 2011

Inconstancia

Comprendo que soy poco sentimental.
Años después me doy cuenta de que tenía razón Jimena en eso, aunque yo por entonces me esforzara, empachado de sonetos, en representar el papel de ardoroso enamorado. Yo, tomándome por un alma de poeta, me indignaba con ella (y conste que hablo de la mujer de mi vida) cuando se quejaba de esta frialdad natural mía. Una acusación que fue objeto de graves desencuentros conmigo mismo en aquellos tiempos.

Hoy es algo que admito sin más.

¿Explica esta pobre afectividad mi inconstancia en el amor?. ¿No se contradice con que inmediatamente a continuación de alcanzar el objeto de deseo, una vez convertido en objeto amoroso, vaya perdiendo paulatinamente interés en él?
No es que precisamente me guste esta brecha (realidad-deseo) en la que vivo, pero así es.

El caso es que aun en esa etapa inicial, más apasionada de mis relaciones, soy un incapaz para los arrumacos, caricias y demás ternezas más allá del erotismo. Si por ejemplo estoy leyendo, o fumando mirando al techo o haciendo unos huevos fritos, no me salen y hasta pueden llegar a molestarme las ternuras.
En fin, que sí, que seré poco sentimental.

(Atendiendo a mi inconstante biografía entiendo además que esta deriva en la que ando es moralmente degenerativa. Es decir: con mis dos primeras novias pasé largos años, con las siguientes solamente algunos, pocos. Las últimas no me duran más que unos meses.
¿Acabaré siendo carne de prostíbulo?)

Saludos.

sábado, 18 de junio de 2011

15M

No comparto esta simpatía por el 15M, ni en general la simpatía que desatan en la sociedad estos movimientos rompedores. Es como cuando te quieren vender algo diciéndote “esto te va a cambiar la vida”, un argumento de por sí atractivo para el consumidor, oyente, ciudadano... quiero decir, en mi caso es cierto pero, ¿cómo es que das por hecho que yo quiero cambiar mi vida? ¿tan infelices somos todos? ¿cómo es que se pregunta “qué tal” y se responde “bien”, pero en cambio luego se desea así que todo cambie?

Las promesas del 15M son algo parecido: cambiar algo que no sabemos muy bien qué es, pero que no nos gusta. Y cambiarlo además hacia no sabemos muy bien qué.

En fin.
Si el mayo del 68 se ha quedado en agua de borrajas esto del 15M no creo que vaya a ir mucho más lejos. Aunque (lo digo sin ironía) como una chapita romántica y revolucionaria, inconformista, en la solapa de nuestra sociedad no queda mal.

Saludos.

viernes, 17 de junio de 2011

Cultura y sociedad

Las consecuencias más penosas de no haberme ocupado en mi juventud de labrarme un porvenir no las noto ahora en mi situación económica, ni tampoco en extenuantes condiciones de supervivencia. Digo esto porque estos dos argumentos, el fantasma de la pobreza y la amenaza del pico y la pala si no estudiaba, eran los preferidos por nuestros padres para amenazarnos, por nuestro bien, para inculcarnos el estudio siendo niños. Me reconozco culpable de no haberles hecho caso: no estuve dispuesto a dilapidar mi sagrado ocio juvenil en un entonces para mi imposible porvenir, total por hacerme un brillante profesional de no se qué profesión.

A pesar de ello gozo de la fortuna de tener dinero suficiente, y de no exprimir demasiado mis fuerzas para ganarlo.



Pero sí que estoy padeciendo por mi apatía juvenil otras secuelas de las que no me previnieron mis padres. Me refiero sobre todo a este desarraigo en el que vivo, a la incontenible extrañeza que siento en el mundo en medio del cual me muevo y me mantengo en pie, ciertas tristes y absurdas batallitas que me veo obligado a librar para ir tirando, por gilipollas.

Aunque ya muy tarde, he comprendido que es imprescindible ir labrándose uno el futuro, si bien por razones en mi caso distintas a los consejos paternos. Y es que lo que parece imperecedero durante la juventud (la Belleza, las nobles aspiraciones por ejemplo, cierto tono de vida) acaba diluyéndose si uno no lucha por materializarlo, rodearse de ello y fortificarlo frente a la envidiosa necesidad, creo.



De joven me parecía elegante y hasta un poco dandy esta apatía y distancia frente al sucio mundo. Pero era una postura puramente estética. Ahora en cambio es la única manera en la que puedo permitirme seguir en el mundo, y ni siquiera siempre. Comprendo con espanto la arrongancia de ciertos adultos insignificantes que conozco.

Aunque me espanta más, más que la muerte (y no exagero) acabar convertido en algo similar a algunos sujetos que me rodean y en medio de los cuales, como un extraño, me veo viviendo. Es espantoso.



Tras tanto espantar, espantarme y tanto espanto aun daré una vuelta de tuerca más. Necesito aun escribir acerca de esa mala conciencia social burguesa que llamó mi atención leyendo a Marcuse el otro día. Y es que hay una separación abismal entre el mundo de la belleza, la verdad, etcétera y el mundo del trabajo y la supervivencia. La sociedad burguesa ha creado un concepto de cultura como algo trascendente a la sociedad, separado de la vida cotidiana, un mundo metafísico y trascendente al que todos los ciudadanos tienen derecho y acceso. Aunque en la realidad esto no sea así, y lo normal sea que la gente más bien se incomode (más cuanto más vulgar sea) si oye hablar de Horacio de la Revolución Francesa, por ejemplo. En la antigüedad la separación entre uno y otro mundo era una separación de clase, prácticamente profesional. Unos se dedicaban a las artes y la filosofía y las ciencias, que proporcionaban placer y belleza, mientras que el resto se ocupaban de cubrir sus necesidades, no teniendo tiempo para tales lujos. Era algo que se llevaba con normalidad, no existía una mala conciencia en la sociedad respecto de esto. La sociedad moderna en cambio, "obligada" de algún modo a acceder a ese mundo trascendente para obtener felicidad, si no accede, sí siente esa mala conciencia, más cuanto más extraño les resulta ese mundo. Por eso resulta tan incómodo si se intenta hablar con Pepita de la Revolución Francesa en presencia en presencia de gente que nada sabe de la Revolución Francesa.



Bueno el resumen es de lo más burdo, quiero decir con todo esto, ¿cómo no arrepentirme de no frecuentar ciertos círculos en los que sentirme a gusto, en los que pueda estar mejor o peor, pero no ser un friki?

Quiero decir con este post que no poder hablar tranquilamente de lo que me dé la gana es la secuela que más padezco por no haberme granjeado un "buen futuro".

martes, 14 de junio de 2011

Ya Merche, que descansa tu ventana...

He olvidado mencionar aquí un suceso trascendental en mi vida, importantísimo, sucedido el pasado mes de mayo.
Murió la abuela de mis primos, una señora ya muy anciana, centenaria casi. Esta señora es (¿debo decir "era"?) cubana, vivió la revolución, estudió filosofía y letras en la Habana, según contaba conoció bien al Che Guevara (de quien yo creo que se enamoró un poco), se casó con un popular actor de Miami, donde vivió hasta hace pocos años, vino a España con ochenta y muchos, vivió aquí unos años y murió.

Fui a su velatorio como suele hacerse en estos casos a acompañar a la familia y a hacer un poco el paripé todos juntos. Mi prima hablaba con una señora bastante gorda, rubia, que me resultaba vagamente familiar, y a la que llamaré Mercedes, por ejemplo. Cuando me acerqué lentamente al grupo (uno se mueve con cierta precaución entre los grupos de gente conocida) mi prima me preguntó si no me acordaba de Merche. Mercedes me miró con cierta incomodidad. Instantáneamente exclamé que cómo no iba a acordarme de ella. Me acerqué y le di dos besos. Intenté establecer una conversación por otro lado perfectamente vulgar, pero ella rehusó no sin cierta elegancia, y siguió hablando delicadamente con mi prima de la fallecida, a la que apenas conocía, sin volver a mirarme.

Mercedes fue mi primer amor, o uno de los primeros. Era amiga de mi prima, fueron muy amigas durante la adolescencia, bastante amigas en la primera juventud y simplemente conocidas después. Durante un tiempo yo frecuenté el grupo de mis primos (un grupo que no me resultaba simpático) solamente por poder estar cerca de ella. Estaba absolutamente loco por su cuerpo y por su pelo rubio y su cara con esos enormes e inteligentes ojos azules. Me quedaba embobado mirándola en bañador cuando íbamos al Aquopolis. Me fascinaban a los 16 o 17 años más que nada en el mundo esos colosales pechos que tenía, tan exagerados que tuvieron que reducírselos años después por problemas de espalda, y que eran como el punto más sensible al que aferrar mi deseo por ella. Pero ese deseo sé desde hace tiempo que la abarcaba entera, su manera de moverse, de hablar, de recogerse el pelo y hasta sus pies.
Viendo fotos después corroboro que lo mio de entonces no consistía en esa ceguera juvenil tan típica de no poder mirar más allá de dos descomunales tetas, con perdón. Mercedes tenía una cara preciosa, y un cuerpo de Venus un poco a lo Samantha Fox que exaltaba a cualquiera, más a un adolescente, para quien algo asi constituía algo más que un hermoso cuerpo: Mercedes era un milagro, prácticamente una divinidad para mi.

Por supuesto no saqué nada de ella. Ni siquiera creo que llegara a sospechar de mis titubeantes intenciones más que de las de otros muchos que tampoco consiguieron nada. Era tan elevada la sola pretensión de tenerla que no me atreví ni a insinuarme.
Pardillo.
Luego se casó muy joven, con el chulito, guaperas y gracioso del barrio, de quien según supe acabó divorciándose. Pasé más de diez años sin verla. Y francamente no la recordé mucho.

Bien, el caso es que el tiempo ha hecho estragos en ella y que ahora, mediados los 30 años, sin pecho apenas, lo primero que llamaba la atención de ella era un impactante bozo y unas patillas de pelos, rubios pero bien poblado, tenía la piel apergaminada y un poco hirsuta, como si fumara mucho. Siendo crueles pero honestos digamos a las claras que Mercedes es una señora gorda cualquier otra, particularmente fea. Cierto que mantiene esa mirada altiva y esos exquisitos modales pero que, esta vez, más que darle elegancia y vuelo la hacen parecer más antipática.

Así que ya tengo otro mito de juventud derrumbado más.

Ah descubrí además que no es rubia. Era teñida.

Es un pobre consuelo pensar que la Belleza en sí es imperecedera, y esas cosas, teniendo en cuenta que ese maravilloso cuerpo de Mercedes se ha perdido para siempre, como lágrimas en la lluvia, que en fin todo se va sin dejar rastro.

Y sin embargo sí, cierto consuelo en el velatorio al verla, un bienestar como postcoital, un cosquilleo de satisfacción contemplando su bigote, quizá justicia, no sé...

lunes, 13 de junio de 2011

Vacíos...

Solamente escribo en este blog cuando me siento triste, incomprendido y solo.
Si me encuentro bien, si las semanas pasan inadvertidamente, si hago planes y quedo o estudio o en general siento que mi vida flota a la deriva pero con la corriente, entonces vivo y no escribo. A veces me basta para coger una de esas corrientes con descubrir a Schopenhauer, a Boccherini, o encontrar una más bien breve promesa de amor o salir al campo, casi cualquier cosa. Mi despreocupación me vacuna, de algún modo, para la vida, o eso me parece. Alcanzo naturalmente un estado de perfecta indiferencia hacia el mundo y hacia mi mismo, evito individualizarlo todo, todo me da igual, y entonces estoy bien. Y lo dicho, no escribo sobre mi y mis circunstancias, que a nadie interesan.
Pero acaba llegando sin remedio el día en que las cornetas se ponen a tocar. Porque a menos que se sea pensionista, supongo, o heredero de una fortuna, la vida no permite estos laureles y toca despertar para sobrevivir. Siempre que la vida me obliga a tomar cuerpo en el mundo, a tomar partido, a luchar, acabo sintiéndome pesado, solitario, y algo tétrico también. No me concentro en la lectura ni tengo las fuerzas interiores necesarias para la música, no escribo o escribo cosas como esta, no encuentro gusto en la gente ni en mi mismo y en general la vida me parece una cosa bastante preocupante. Me es exactamente igual el resultado de la lucha porque yo acabo exactamente igual de sucio y de vulgar gane o pierda las batallitas cotidianas.

¿Significa esto que sería feliz si fuera un frívolo multimillonario despreocupado de su supervivencia? Desde luego que sí.

Pero lo más hiriente es la soledad. Paso a explicarme. Cuando se está bien no se da abasto (ya he escrito algo sobre este fenómeno que me llama tanto la atención): a menudo atiende uno las demandas de su entorno con hastío, y hasta con cierto fastidio a veces. Cuando se está mal en cambio los mismos que dos semanas antes no te dejaban en paz un punto, ahora de forma insignificante no te contestan a un mensaje, otros se retrasan hasta la indecencia en hacerlo; y uno tiene cierta experiencia ya para comprender que estarán calibrando convincentes excusas para la próxima cita.

Esto es lo más doloroso, digo, comprender así de claramente lo solos que estamos a pesar del suntuoso aparato del que rodeamos nuestra vida, es un lugar tan común este que parece un tópico, lo sé.
Y también es humillante descubrir, en la debilidad, que se necesita de otros a quienes no se soporta fácilmente.

En fin, a trabajar

Saludos...
(bueno en realidad me saludo a mi mismo, porque tengo la impresión de que aquí no me lee ni el Tato, claro que no me extraña... así que bueno me celebro y me canto a mi mismo)